Entré dando una patada a aquella puerta, que cerraba a cal y canto todo el miedo y el dolor almacenado en años de existencia. Vi el cartelito de; NO ENTRAR, SALA PRIVADA, y me dio igual, somos demasiado cívic@s, a veces.
Me dio igual por que pude observarlo en el cristalino de tus ojos, ojos hechos de tiempo hostil, dureza de mirada, rellena de blanda angustia. De esas que tienes que prestar más atención a lo que no te dicen para poder entender algo.
De esas a las que preferimos obviar, por ser demasiado evidente su incongruencia.
Se me cayeron las manos y el corazón al suelo, no soportaron seguir pegados al cuerpo. Todo allí era Diógenes de horror, angustias, insultos y puños.
Pero es muy difícil caminar en lugares así, cuesta hasta respirar, piensas que ya está; ¡he venido a salvarte¡ venga agárrate de mi mano, que ahora vamos a volar…
Pero nadie se agarra a ti, nadie quiere volar, y no has salvado a nadie, sólo has dado una patada en la puerta.
Ahora viene lo peor, y es tu decisión de continuar cuando las voluntades son la autodestrucción, seguramente mires para otro lado, y te engañes pensando que nada ya podías hacer….y es verdad, nada de lo que tú creías se podía hacer.
Seguiremos pues pensando que la salvación pasa por alto las propias voluntades, seguiremos creyendo ser salvador@s, cuando en realidad sólo nos salvamos a nosotr@s mism@s de la angustia que nos provoca proyectarnos en l@s otr@s.
Qué difícil es escuchar, observar y sentir realmente a los demás, sin que eso pase por nuestros propios miedos.
Qué difícil es abandonar los miedos